domingo, 9 de noviembre de 2008

El fin de la infancia

Tan aburridos como siempre los estudios obligatorios para los que no queríamos ir a Misa no obligatoria. Intercambiábamos los tebeos y nos los poníamos sobre las rodillas, los codos acodados en la mesa fingiendo una concentración infinita para aprehender no se qué teorema arcano. Son doce años, porque ya al siguiente en vez de tebeos intercambiábamos revistas de chicas: otra manera de acabar la infancia.

Yo había llevado algún tebeo de Spiderman o de Flash Gordon, y me llegó un Conan. Era un Vértice guarrindongo de cartón y papel amarillento, a la moda que se llevaba. Nunca había oido hablar de él y desde luego, ese tebeo titulado El Monstruo de los Monolitos no fue lo que esperaba.

Para empezar este Conan no tenía superpoderes ni llevaba leotardos (como descubrí hojeando nerviosa e impacientemente las ¿128? páginas), lo cual supuso una cierta decepción inicial.

Tampoco parecía el Conan un tío particularmente listo. No es que fuera tonto pero desde luego no era el más listo de la clase.

Pero por la razón que fuera, no lo devolví (probablemente porque era demasiado arriesgado volver a intercambiarlo clandestinamente sin que nos descubriera el eunuco de turno). Y desperté.

De un mundo de leotardos y mamporros, pasé a un mundo de sudor y sangre.
De novias de toda la vida como Lois, Selina o Mary Jane a camareras y prostitutas adorables pero casi anónimas, efímeras, intercambiables y reemplazables.
De camaradas siempre fieles a traiciones dentro de traiciones.
De villanos recurrentes que siempre se escapan y siempre vuelven a bailar la misma pavana a una historia que avanza como si fuera una vida, a muertos que mueren y nunca vuelven sino que se quedan muertos, sólo en el recuerdo, como muertos de verdad.
De Guionistas sin pena ni gloria que pasaban por las franquicias sin ningún viso de continuidad a profecías que situaban al prota años más tarde como apodado El León, o más tarde aún como Rey de Aquilonia.

Y la sangre. En los tebeos de superhéroes no hay sangre, o por lo menos no la había entonces. Y aquí sí, sangre de verdad, decapitaciones de verdad, sacrificios humanos de verdad ¡y se consumaban! No llegaba la salvación en el último momento.

Fue también la primera vez que me enfrenté a Lovecraft. Entonces no sabía quién era Lovecraft y mucho menos que el creador de Conan, Robert E. Howard, además de suicida fue amigo y admirador de Howard Phillips, pero vi en los dibujos de Barry W. Smith y leí en el texto de Roy Thomas ese horror tan especial, tan oscuro y tan añejo, de dioses malvados, sin nombre y sedientos de sangre. Sólo para Adultos, o eso me creía yo entonces.


Años más tarde leí a Moorcock y al propio Howard y a Fritz Leiber y a todos ellos, y aprendí que había un género que se llamaba "Espada y Brujería". Incluso me percaté de que era un género en general genérico, adolescente y repetitivo. Y que le sobraban adjetivos y topicazos. También supe que había tenido mucha suerte en mi epifanía, que La Guerra del Tarim es uno de los mejores arcos argumentales clásicos de Conan y que era mucho mejor que mucho de lo que se publicó como Conan el Bárbaro o como La Espada Salvaje de Conan.


Pero lo que hicieron en los primeros 70, Thomas y Windsor-Smith (y los demás, pero menos), todavía se tiene en pie. En la audacia de lanzar el comic en una editorial que triunfaba y triunfaba con los superhéroes, en los guiones y sobre todo en el dibujo de Windsor-Smith, que además evolucionó durante el tiempo que dibujó Conan de ser uno más hasta ser uno de los autores más reconocibles y con más personalidad del tebeo norteamericano. Un dibujo que los que saben califican como con influencias prerrafaelitas y del Art Nouveu. Hiperdetallado, complejo, personalísimo, genial





¿Y por qué ha tenido Conan tanta popularidad, en los 30 (original), en los 60 (reedición), en los 70 (los comics), en los 80 (los flicks),...? Hoy me gusta pensar que el héroe pre-Conan es urbano, sofisticado (relativamente), (pseudo)culto y hasta decadente (y si no, miren The Authority por ejemplo) y que Conan reivindica el arquetipo del paleto (dicho sea sin componente peyorativo), el Buen Salvaje, el Red Neck de la América Profunda. Que desconfía de la civilización, que tiene su propio código, honorable a su manera, al márgen de la ley como los pioneros y que siempre esta en lucha contra ese otro arquetipo que es el hechicero (que ha adquirido ilegítimamente más poder del que debería tener por su propia fuerza (digo mérito). Y por cierto vence. Es otro fin de la infancia, el de la industria de los comics, que con Conan intenta capturar un público más obrero y más rural, que se identifica más con un bárbaro ceñudo que bebe cerveza en las tabernas que con un cientifico adolescente que inventa lanzatelarañas.

y además hay otros conanes. Pero de ellos hablaremos otro día.


2 comentarios:

Lob dijo...

Y a mí que Conan nunca me ha hecho mucho tilín... Bueno, vale: la etapa de BWS y la saga de Bêlit (que son, dicho sea de paso, los únicos tebeos que tengo del cimmerio). Pero el rollo sword & sorcery no es lo mío; demasiada testosterona, supongo. ;)

Rorschach dijo...

Pues a mi entre Bêlit y Red Sonja más bien me parece que hay casi la misma cantidad de progesterona...