jueves, 23 de julio de 2009

Rule, Britannia, Britannia rule the waves...



Una época interesante. Un imperio en descomposición, pero sin saber que lo está. Una democracia formal, pero una oligarquía de facto. Especulación inmobiliaria galopante. Un proletariado viviendo en los límites de la subsistencia y el analfabetismo. El alcoholismo y la sífilis fundiendo la paga y la salud de mineros y obreros. Inmigrantes que hablan raro y huyen del hambre por una mala cosecha de patata. La mayor aglomeración humana que ha conocido el mundo sin un alcantarillado en condiciones. Sin luz eléctrica y ni siquiera de gas. Una clase alta viviendo en el lujo más desorbitado. La mayor potencia marítima y militar de todos los tiempos. Una moral puritana que impone estrictos códigos de puertas afuera pero que no evita que la gente haga lo de siempre, cuando quiere, dónde puede, cómo puede. Un imperio apenas cohesionado por la bandera, la reina, el comercio y los ubicuos miniecosistemas clónicos de la vida en la metrópoli.

Y las promesas de un futuro distinto, con la ciencia, con la vida en ultramar, con la revolución de las masas.

Probablemente por todo lo anterior, es una época que resulta fascinante literariamente, tanto con los originales (casi desde Robinson Crusoe hasta casi El Dr. Jekyll y Mister Hyde) como con los pastiches y homenajes variados que se vienen sucediendo cien años después:

  • El fenómeno Steampunk, con Tim Powers y las Puertas de Anubis a la cabeza y llegando hasta La Estación de la Calle Perdido de China Mielville.
  • El Quincunce, originalmente The Quincunx de Charles Palliser, novela que se debería estudiar en las escuelas para que los alumnos diferenciaran entre la peripecia y la trama y que juega con el narrador no fiable para contar en realidad cosas que el narrador o las personajes no dicen. Novela en definitiva que lleva a Dickens hasta el extremo, poniendo de manifiesto todo lo que no contaba Dickens, pero tamizado a través deuna sensibilidad neovictoriana.
  • La Liga de los Caballeros Extraordinarios, de Alan Moore, que revitaliza a Mr. Hyde, al Hombre Invisible, a Drácula, a Las Minas del Rey Salomón, a 20.000 Leguas de Viaje Submarino, a Fumanchú, al Dr. Moreau, a John Carter, Guerrero de Marte,... ¡a todos a la vez!
  • y apenas ayer, Drood de Dan Simmons, infaustamente publicado en España con el título de La Soledad de Charles Dickens. simmons es un buen novelista que en su carrera ha ido evolucionando desde el terror (Carrion Comfort, traducido como Los Vampiros de la Mente, lo que confirma que hay un complot de traductores en su contra) hasta el neovictorianismo, pasando por el camino por ser uno de los autores literariamente más respetados de la ciencia-fición, fundamentalmente por Hyperion, construida a la manera de Los Cuentos de Canterbury de Chaucer.
Si su primera incursión en el neovictorianismo -El Terror- resulta en una novela ártica y marinera que captura como pocas el frío, la oscuridad, el hambre, el miedo y la desesperación de la noche ártica, esta segunda -Drood- desflora y disecciona a Dickens y a su entorno, aunque en realidad el protagonista no es Dickens sino Wilkie Collins, narrador de la novela y famoso autor coetáneo de Dickens, conocido sobre todo por La Piedra Lunar, que pasa por ser la primera novela policíaca al uso.

Wilkie, drogadicto, mujeriego, paranóico clínico, glotón, cuyo síndrome de Salieri se va agravando a lo largo de la novela. Mola como su personalidad y su relación con Dickens va evolucionando desde el Doctor Watson hasta el Charles Kimbote de Pálido Fuego. Sí, la novela tiene un poco de elefantíasis, pero no deja de ser una novela con algo que contar y con un personaje que mostrar. Un lujo en estos tiempos.

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