viernes, 26 de junio de 2009

Va a hacer diecinueve años



Este es Antonio Gamoneda, poeta y Premio Cervantes 2006.

No me ha dado tiempo a releerme el Agujero Negro, de Charles Burns, así que en lugar de comentar un comic legendario, como estaba previsto, haremos una Berrea Gamoneda.

El 1 de Agosto de 1990, tras varios años de beca, firmé con mi sangre el contrato que me une a mi actual empleador. Hace casi diecinueve años. A Gamoneda le pasó algo parecido. Entró en el Banco de Comercio en 1945, y como en 1964 decía:

Blues del amo

Va a hacer diecinueve años
que trabajo para un amo.
Hace diecinueve años que me da la comida
y todavía no he visto su rostro.

No he visto al amo en diecinueve años
pero todos los días yo me miro a mí mismo
y voy sabiendo poco a poco
cómo es el rostro de mi amo.

Va a hacer diecinueve años
que salgo de mi casa y hace frío
y luego entro en la suya y me pone una luz
amarilla encima de la cabeza...

Y todo el día escribo dieciséis
y mil y dos y ya no puedo más.
Y luego salgo al aire y es de noche
y vuelvo a casa y no puedo vivir.

Cuando vea a mi amo le preguntaré
lo que son mil y dieciséis
y por qué me pone una luz encima de la cabeza.

Cuando esté un día delante de mi amo,
veré su rostro, miraré en su rostro
hasta borrarlo de él y de mí mismo.

En general, la poesía es un rollo, menos cuando te resuena. A cada uno nos resuena una frecuencia, una cuerda, un ritmo, una imagen, un tema, o una combinación de todos los anteriores. Y si te resuena, amigo mío, entonces te caes del caballo, como un PAblo cualquiera, como Santa Teresa, como Robert Graves, entre lo religioso, lo delicioso y lo orgásmico...

Y este Blues Castellano hay que cantarlo con rabia. Y a Loquillo le podemos discutir muchas cosas, pero lleva más de diecinueve años siendo el más rabioso, el más troglodita. Se necesita la rabia de Loquillo para cantar el Blues del Amo, nena. Va por ustedes.



Bueno, echo de menos mi luz amarilla. Me vuelvo a soñar con su rostro.


1 comentario:

Unknown dijo...

Si a los diecinueve años se echa de menos la luz amarilla, a los treinta y dos se echa de menos el rostro del amo... Eso sí, con mucha más rabia.