viernes, 10 de diciembre de 2010

¡Ah, qué buen vasallo si hubiere buen señor!

Todo el mundo alaba de forma unánime el All-Star Superman de Morrison y Quitely. La unanimidad siempre es una cosa sospechosa; con decir que sólo se da en las dictaduras, las iglesias y en la apreciación artísitica colectiva del All-Star Superman, rematada con no se cuántos premios Eisner (equivalente al Oscar para los comics en USA)...

la línea All-Star de DC Comics da libertad creativa y de ritmo de trabajo a guionistas y dibujantes de primera división, sin escatimar nada, para que escriban historias que revitalicen y revaloricen las principales propiedades de DC (Batman, Superman...). Hasta ahora sólo llevan publicados el Batman y Robin de Miller y Lee y el Superman.

Frank Quitely (Quite Frankly) ha colaborado muchas veces con Morrison. Así de memoria en New X-Men, en Los Invisibles, en We3. Y siempre es él mismo. Manierista, personal, de anatomías anoréxicas y piernas imposiblemente largas. Recuerda mucho a El Greco. En esta historia es el responsable del proverbial menton cuadrado de Superman, de ese cuello absurdamente grueso de granjero de Kansas adicto a los esteroides y de una Lois Lane sque resulta sexy según la sensibilidad contemporánea. También es el responsable de dejarse colorear por Grant, que demuestra cuánto han avanzado las posibilidades cromáticas en los comics desde los tiempos clásicos de la cuatricomía.

Todo este comic es un ejercicio neoclásico, en el sentido esteticista del término, revisitando los planteamientos del superman primigenio desde una sensibilidad más moderna y desde mayores posibilidades técnicas, pero siempre respetuoso y fiel a los planteamientos originales. Y es en este enfoque noeclásico donde reside la clave del éxito de este tebeo. Es el tebeo ideal para el adulto que de pequeño leía Superman y -tantos años después- empieza a hojear este y se vuelve a enamorar. 

Pero no es mucho más: Superman sigue siendo igual de bobo que hace cincuenta años, las tramas siguen siendo igual de improbables -incluido el que unas gafas y un cambio de peinado basten para que nadie reconozca a Kal-El cuando se disfraza de Clark Kent-, etc. 
Hoy ya no hay sitio para la exploración de la soledad del superhombre y su complejo de Mesías. No después del Miracleman y del Dr. Manhattan de Alan Moore. En un mundo decadente y posmoderno, el narrar peripecias acartonadas y simplistas de personajes-más-grandes-que-la-vida, repitiendo por milésima vez los planteamientos, no aporta absolutamente nada al acervo cultural de Occidente. 

Hay quien dice que los superhéroes no deberían evolucionar, que cuando pierden su ingenuidad, pierden su grandeza arquetípica. Que humanizarlos es bastardizarlos y prostituirlos y vulgarizarlos.

Pues bien, quede este superman para los nostálgicos de la repetición infinita de la misma historia, para los muy partidarios del eterno retorno de lo idéntico. Para los que necesitan que la tierra sea algún día del superhombre.

Yo me muevo a la siguiente casilla porque francamente...


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