Mejor con la de la cara tapada. Se ve que le queda algo de vergüenza. Como a mi. Como a España que llora a Cuba y que se prepara ya para llorar a Africa. Esto está visto. Lo único que vamos a sacar de aquí son cadáveres y galones. O si no, con la colipoterra desorejada del corsé de avispa, la que huele a pachulí y a bidé. La reina de Saba. O de Babilonia. O de Madrid, del Madrid que le priva a Acosta, claro, el de las correrías del Rey que están en boca de todos, el del foxtrot y el charlestón paganos, el de las recomendaciones y los chupatintas y los ateos y los bohemios y los masones y los judíos ¡Ay, como me duele España! Anotar esto de cómo me duele España para cuando escriba mi novela. O para cuando escriba la historia, la Historia.
O primero con la una y después con la otra. Total esto sólo lo voy a hacer una vez, por probarlo, y para que me deje en paz este Acosta que se cree que ser hombre es ir de putas, ya le enseñaré yo que ser un hombre es salvar a España, aunque la tenga que dejar desierta, aunque no quede nadie para verla.
La una. Ven, Rosa de Alejandría, roja de noche, blanca de día, porque te voy a llamar Rosa, por ese lienzo en tu rostro que tapa tu sed como los pétalos que apenas ocultan un pistilo húmedo colorado carmesí, que esta es la poesía que me enseñaban en A Coruña, oliñas venen e van. Y además muda, hay que jeringarse, que no te puedo pedir que me digas mi general, así, así, así me gusta a mi, mi amor, mi caudillo, mi salvador, mi generalísimo, que no chillarás como aquellos moros cuando los degollábamos en Dar Drius, o como aquel matón de la Academia de Zaragoza, o como chillará Acosta algún día. Pero aun así.
Lo se todo en la teoría pero ay, que distinto es imaginarse unas tetas que ver las tuyas cómo te las estrujas, cómo se yerguen, como se mueven, el foxtrot del bamboleo y bueno por no hablar de ese culo, eso si que es un culo y no el de los legionarios ¿por qué me lo ofreces? Si yo no lo he pedido. Aparta de mi este caliz, ¿qué va a pensar de mí la posteridad?
No me hagas desfilar con mi una grande libre enterrada en tu águila nimbada de San Juan, no me digas que plus ultra, que muchísimo plus ultra, grandísima zorra, cómo te atreves a decirme que aunque sangre la granada, que te de con las cadenas de Navarra y que, león, me dices, león, los dedos en mi castillo y limpiatelos en el oro de mi espalda, como si fueras Wifredo el Velloso, el que lo dejó todo atado y bien atado, átame, corazón, pero yo no te pongo el yugo sino que te tiro de las orejas hacia atrás para seguir clavándote las flechas una y mil veces y en fin que me duermo con mi azor todavía tumefacto embutido en tu valle de los caídos, que se estrecha me aprieta me sorbe me mata y no, no te llamaré Rosa, creo que te llamaré España.
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