domingo, 17 de mayo de 2009

Correcto Cosmopolitismo


M.O. se ha redimido. Esta vez sí. No le seguía yo a Ray Loriga. Sé quién es pero la aureola de modernillo pijolisto maldito no me había atraido. ¡Qué cosa tan mala es el prejuicio!

Yo me lo veía faranduloso (Rosenvinge, Almodóvar, etc.), de personajes extremos, entre vodka y vodka, más de pastiche de novela negra que de verbo acerado.

Pues eso, que me lo imaginaba de camisa negra, tatuajitos y bigotitos y persiguiendo "el derrumbamiento del escritor como género literario" en su propia vida, pero sin perejil ni fundamento.

Y sin embargo, El hombre que inventó Manhattan (El Aleph ediciones, 2004) es un buen libro. No excepcional pero sí correcto, absolutamente State of the Art, refrescante en medio de una narrativa española ( e incluso hispana) de comienzos de siglo que oscila entre lo senil, lo cursi, lo decimonónico y lo vácuamente experimental.

Una Nueva York coral y arquetípica nos sonríe desde sus páginas dando ligazón a historietillas entremezcladas, algunas cómicas, otras trágicas, casi siempre instantáneas inconclusas, muy en plan Vidas Cruzadas. Se trata de una Nueva York bastante creíble y en absoluto landista. Un Manhattan a ratos más de 1940 que de después del 9/11, pero con el atractivo de lo a la vez familiar y alienígena.

Manhattan como personaje o más bien como género literario, como territorio de ficción. Muchos han intentado captarlo en el cine (Allen, Scorsese, Auster & Wang), en la música (Reed) y en la literatura. Después de que la vaca sagrada Auster se autoproclamara penúltimo profeta de esta Babilonia Febril (dice Anagrama que se trata nada menos que de una relectura psomoderna con tintes metafísicos), ya pocos se atreven. Pero donde Auster queda como pretencioso, falsamente simple, gratuitamente posmoderno y ultimately false, Loriga queda correcto, canónico y a ratos emocionante.

Lástima que nos haya dado pereza redondearlo estructuralmente. Lástima que el libro se desfonde y no sepamos qué hacer con las hebras deshilachadas. No es que crea en los finales cerrados en los que todo tiene que concluir, cuadrar y llevar una edificante moraleja, pero es que a Ray (a pesar de los premios que tenga el libro), le pasa como a los escritores de ciencia-ficción que a media novela no saben como salir del berejenal en que se han metido con ese puñado de buenas ideas que parecían tan simpáticas. Lástima.

Y hasta donde recuerdo, no es homeround sino home run.

1 comentario:

Carlos López dijo...

Sí, como fiarse de esta gente con tatuajes...