Frágiles, en verdad, pues apenas evocan sombras de ayer. Del pasado esplendor, ni vestigios quedan. Bueno, vestigios sí, hay que ser justos. Incluso más que vestigios. Neil siempre ha tenido el don de pintar una historia improbable con cuatro brochazos y eso lo sigue haciendo.
Empecé a leerlo un poco irritado. No es que tenga nada en contra de la amistad y mutua admiración entre Neil Gaiman y Gene Wolfe [uno de los tres -junto con Cordwainer Smith y Philip K. Dick- escritores de cienciaficción norteaméricanos más personales del siglo XX, y de lejos el más creativo; sólo superado por Stuart Cunningham ;-)] pero ya que la introducción de Neil Gaiman plagie en estructura, tono e intención las que habitualmente escribe Wolfe para sus colecciones de relatos, pues no me pareció del todo serio. Incluso lo de incluir un cuento dentro de la introducción "como premio para los pocos que se leen las introducciones" está calcado. Molan los homenajes, pero hay que tener un poco de decencia.
Para entender lo que es un libro de cuentos de una de estas vacas sagradas, hay que saber mínimamente como es el mercado norteaméricano, teselado de convenciones, de antologías y de revistas. Menos uno, todos los cuentos que aparecen en esta colección, provienen de este contubernio: muchos escritos por encargo, con desigual interés, con fechas que cumplir y en general, más pensados para mantener la maquinaria engrasada y el flujo neto de caja en el sentido adecuado que surgidos de la inaprehensible necesidad de contar historias.
Pues eso, una colección variada y claro, entre col y col, lechuga.
Curiosamente, casi me gustan más los poemas que los cuentos, especialmente La Danza de las Hadas y Renacer Salvaje. Estos, y algún microrrelato como Al Final de los Tiempos, reman en la dirección de mi afirmación de que Neil es más un impresionista que un neorrealista, que va más de Beatle (tres minutos sencillos y pegadizos, tontorrones pero imposibles de quitartelos de la cabeza) que de Mozart (ah, la sencillez maravillosa de la estructura simple que se abre en complejidades -si quieres- o no, pero en la que todo encaja y que además te arranca las lágrimas, como a un Salieri cualquiera...)
Los Símbolos primarios y la personificación de conceptos es un recurso interesante (Muerte, Sueño, Delirio y el resto de los hermanos en Sandman), pero no se puede uno empachar y luego sacar en un cuento a Enero, Febrero y el resto de la tribu, como en La Presidencia de Octubre. Sobre todo porque luego usas a los Triunfos del Tarot, como en Quince Cartas de un Tarot Vampírico y llega un momento que necesitas que te diga que te repites más que los Morancos y que alguna vez tendrás que parar, que ya cansas.
Muchos ejercicios de estilo (Estudio en Esmeralda, Niñas Extrañas, Crup del Hipocondríaco,...) que sirven para aprender a escribir, y que están francamente graciosos pero tenemos derecho a exigirle mucho más a éste, como al superdotado que hace funambulismos con los aprobados raspados.
Siempre hay que dejar lo mejor para lo último y para los forofos de Gaiman que estéis a estas alturas framcamente indignados pero que hayáis tenido los redaños de seguir leyendo hasta aquí, vuestro premio es mi confesión: Hora de Cierre, ¿Cómo crees que me siento?, Mi Vida, o Alimentadores y Alimentados son excelentes cuentos, las razones por las que picaré cuando salga el puto siguiente libro de Gaiman.
¿Que qué opino de El Monarca de la Cañada? Sin duda un boceto de un capítulo de Dioses Americanos, que quedo desechado por el camino editorial. Por algo sería.
Este es el primer libro que me leí en 2009. No me gusta pero no es anodino. Que siga así el año.
Empecé a leerlo un poco irritado. No es que tenga nada en contra de la amistad y mutua admiración entre Neil Gaiman y Gene Wolfe [uno de los tres -junto con Cordwainer Smith y Philip K. Dick- escritores de cienciaficción norteaméricanos más personales del siglo XX, y de lejos el más creativo; sólo superado por Stuart Cunningham ;-)] pero ya que la introducción de Neil Gaiman plagie en estructura, tono e intención las que habitualmente escribe Wolfe para sus colecciones de relatos, pues no me pareció del todo serio. Incluso lo de incluir un cuento dentro de la introducción "como premio para los pocos que se leen las introducciones" está calcado. Molan los homenajes, pero hay que tener un poco de decencia.
Para entender lo que es un libro de cuentos de una de estas vacas sagradas, hay que saber mínimamente como es el mercado norteaméricano, teselado de convenciones, de antologías y de revistas. Menos uno, todos los cuentos que aparecen en esta colección, provienen de este contubernio: muchos escritos por encargo, con desigual interés, con fechas que cumplir y en general, más pensados para mantener la maquinaria engrasada y el flujo neto de caja en el sentido adecuado que surgidos de la inaprehensible necesidad de contar historias.
Pues eso, una colección variada y claro, entre col y col, lechuga.
Curiosamente, casi me gustan más los poemas que los cuentos, especialmente La Danza de las Hadas y Renacer Salvaje. Estos, y algún microrrelato como Al Final de los Tiempos, reman en la dirección de mi afirmación de que Neil es más un impresionista que un neorrealista, que va más de Beatle (tres minutos sencillos y pegadizos, tontorrones pero imposibles de quitartelos de la cabeza) que de Mozart (ah, la sencillez maravillosa de la estructura simple que se abre en complejidades -si quieres- o no, pero en la que todo encaja y que además te arranca las lágrimas, como a un Salieri cualquiera...)
Los Símbolos primarios y la personificación de conceptos es un recurso interesante (Muerte, Sueño, Delirio y el resto de los hermanos en Sandman), pero no se puede uno empachar y luego sacar en un cuento a Enero, Febrero y el resto de la tribu, como en La Presidencia de Octubre. Sobre todo porque luego usas a los Triunfos del Tarot, como en Quince Cartas de un Tarot Vampírico y llega un momento que necesitas que te diga que te repites más que los Morancos y que alguna vez tendrás que parar, que ya cansas.
Muchos ejercicios de estilo (Estudio en Esmeralda, Niñas Extrañas, Crup del Hipocondríaco,...) que sirven para aprender a escribir, y que están francamente graciosos pero tenemos derecho a exigirle mucho más a éste, como al superdotado que hace funambulismos con los aprobados raspados.
Siempre hay que dejar lo mejor para lo último y para los forofos de Gaiman que estéis a estas alturas framcamente indignados pero que hayáis tenido los redaños de seguir leyendo hasta aquí, vuestro premio es mi confesión: Hora de Cierre, ¿Cómo crees que me siento?, Mi Vida, o Alimentadores y Alimentados son excelentes cuentos, las razones por las que picaré cuando salga el puto siguiente libro de Gaiman.
¿Que qué opino de El Monarca de la Cañada? Sin duda un boceto de un capítulo de Dioses Americanos, que quedo desechado por el camino editorial. Por algo sería.
Este es el primer libro que me leí en 2009. No me gusta pero no es anodino. Que siga así el año.
2 comentarios:
Habría que hablar un día de Stuart Cunningham, escritor maldito y olvidado por todos, cuya obra, como los buenos vinos no ha hecho más que ganar enteros con el paso del tiempo.
Pues estoy de acuerdo jhonillo... Hay muchos misurros sobre Gaiman (casi todos ellos de reproche) cuando todos estamos de acuerdo en que ya ha dado lo mejor de sí (que era bastante, por otro lado). Prestemos ahora atención a obras verdaderamente rupturistas como la de Cunningham, cuyo impacto sobre la ciencia ficción aún no se ha revelado en su totalidad por haberse adelantado tanto a su tiempo. Viva dada!!!
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