Lo bueno de escribir en un género es que sabes a qué atenerte. Tienes miles de muletas y referentes para apoyarte en ellos y tienes maneras estándar de hacer las cosas. El público sabe lo que compra y tú se lo das. Nadie engaña a nadie y nadie se siente defraudado. Un género es... digamos confortable, como un soneto: sabes que serán catorce versos de once sílabas, agrupados en dos cuartetos y dos tercetos y la máxima sorpresa que llevas es que la rima esté encadenada o que te salga un estrambote por entre los tercetos. Digamos que es literatura pequeñoburguesa (con excepciones: Cerrar podrá mis ojos la postrera ...)
Hay otra manera de vivir, sin carreteras, desbrozando el camino a machetazos, e incluso dando media vuelta cuando llegas a terreno que sabes conocido. Es el mundo del vértigo y del descubrimiento, aunque la verdad es que la mayoría de las veces no lleva a ningún sitio, ¡ah, pero qué divertido es el viaje!
Lo que es muy dificil es transitar por los dos parajes a la vez, como prueba el formidable Las Tres Sombras de Cyril Pedrosa.
Pedrosa combina anatomías y rostros claramente deudores de su corta pero intensa etapa de animación en Disney (Hércules, El Jorobado de Notre Dame, etc.) con atrevido expresionismo en la línea más puramente Münch o El Gabinete del Doctor Caligari, eso sí siempre con unos planos y una composición de página rabiosamente personales.
Pero no resulta.
Decídase, Señor Pedrosa, acabe de encontrar su voz y dé rienda suelta a su genio, o resígnese a deambular por el páramo del viñetero ortodoxo, pero no me haga leer una historia en la que me siento por momentos en brazos del flautista de Hamelin y en seguida entre los colmillos del rey de las ratas.
Estoy seguro de que el siguiente tebeo de Pedrosa será todavía mucho más
atrevido y seguro que más personal.
¿La historia? Pues palidece al lado de la fuerza del dibujo pero es la narración de una huída o de una busqueda o de un viaje interior. Muy correcta, y también estremecedora para los que tenemos niños y para los espíritus sensibles.
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