sábado, 5 de noviembre de 2011

Un capítulo

Heredia
Interfaz total. Los colores y los sonidos me abrazan el lóbulo frontal, todos a la vez, 
tsunami eléctrico. Y un cosquilleo en las yemas de losdedos. Taquicardia, ciento sesenta pero ya bajando. Me recuerda a cuando viví en Nueva York, aquellas ampollas envueltas en un retal de fieltro amarillo; éter decían, para limpiar el cuero, decían. Sin receta, en cualquier tienda, y rompes la ampolla (no te cortas, por eso el fieltro) y te la llevas a la nariz, inhalando el líquido extremadamente volátil. Huele a pegamento y un, dos, tres, el corazón se te desboca y sólo eres un cráneo al que sube toda la sangre de tu cuerpo, que queda exangüe. La red es igual, sin receta, en cualquier tienda, un vapor informe, denso y
exquisito, que sólo deja tras de sí un rastro de cráneos hiperoxigenados, tenuemente unidos a despojos exangües.

El Ágora se materializa lentamente, franjas de colores que acaban adquiriendo una disposición coherente. Hoy hay congestión y los luminosos de neón de la plaza ilimitada parpadean una pizca demasiado lentos. Cacofonía amenazadora de Babel hasta que activo los filtros y sólo queda un fondo desgarrador de Billie Holiday que mi terminal ha seleccionado aleatoriamente de entre mis cedés favoritos.

-Audio. Cambia. Suave. -digo y suena Mozart. Esto está mas de acuerdo con mi estado de ánimo.
-Audio.Volúmen. Ambiente. -Tediosas operaciones rutinarias, higiene personal para enfrentarse al mundo. Los mensajes pendientes parpadean justo al borde de mi campo visual. Enfocando, veo que son todos rutinarios. Los descarto con un gesto aburrido de la mano.

Me pregunto quién está vivo a estas horas, puesto que el color del cielo me
recuerda que es medianoche en Europa. Dos palmadas y bajo al cementerio, mi
broma privada. En la cripta de la Universidad, todos los ataúdes están
cerrados. Bien, me digo, no hay nada peor que salir de copas y encontrarse
a los compañeros de trabajo. El panteón familiar también está tranquilo,
con su fondo de órgano que se superpone a mi Mozart, jaja. En la fosa común
brillan algunos rostros vagamente conocidos. Impaciente, parpadeo y entro
en la pirámide. Recordar cambiar la pirámide por un Calvario. Otro día,
ahora no. La mayoría de los sarcófagos están cerrados, pero Elric y Legión
están fuera, por supuesto. Elric lleva diecisiete horas por ahí fuera,
adicto sin remedio, morirá joven, siempre ávido, siempre conectado. También
Yerma deambula por entre los vivos, normal, ya dormirá cuando esté muerto,
dice siempre. Y ¿me atrevo a mirar? Sí, Yerko está despierto, bendito sea
su nombre, mi amado es como una gacela saltando por entre las colinas.
¿Alguien más? Hombre, Ian está en #Celtia, bastardo irlandés vociferante,
con las ganas que tengo de verte. Ada está, pero ya me da igual esta chica,
extiendo la mano, tomo su sarcófago y lo arrojo a la fosa común. Fuera de
mi vida, pendeja.

–Enterrar Ada- susurro, y desaparece, qué bonito es ser dios. El sarcófago
de Saviya se abre y sale por la puerta envuelta entre vendas, chis, que no
me oiga, luego te veo, niña. Yves, Julieta, Zapata, Cassandra y ya, todos
los demás están cerrados. Me gustaría veros a todos, a todos a la vez,
embalsamad mi mente con vuestra empatía, seducidme y llevadme a esferas
remotas, amadme y jugad conmigo, acariciadme el vientre entre los lirios y
la yerbabuena,
aquí yace la yerma romera,
ciega de vino, ciega de pena,
junto a la alberca se contonea...


Dos palmadas y de vuelta al portal. El Ágora a un lado, erudita casa de
vecindad. Al otro lado el Zoco, con el bullicio de todos los charlatanes de
la Sublime Puerta. Y allá a mi frente los desmontes posindustriales que
custodian la entrada al Tajo. Para ir a Babilonia es necesario salir por la
puerta trasera, ecos de puritanismo sajón. Estos son los puntos cardinales
del Alma: Ágora, Zoco, Tajo y Babilonia. ¡Y cuántos corredores oscuros los
comunican! Nada nuevo bajo el sol desde hace tres mil años.

-Hi, Ho, rock’n’roll radio, let’s go- susurra Heredia y una inmensa plaza
porticada borra todo lo demás. Avisos de otros niveles se superponen al
campo visual pero son inmediatamente desactivados. Sólo los avisos de
emergencias podrán penetrar el tejido de la realidad. Convenientemente
cerca, en una esquina de la plaza, hay una taberna, Stygia se llama en esta
encarnación, que casi huele a aceite rancio y a sudor de viajero. Heredia
la atraviesa a grandes zancadas, sin ser molestada, y alcanza la
trastienda. Sala vagamente redonda con cientos de puertas y arcos que dan a
pasillos que dan a salas vagamente redondas con cientos de puertas...
Tierra fractal, la tierra de Mandelbröt, piensa Heredia. Pero, albricias,
las puertas más interesantes son las más cercanas y hacia una de ellas se
dirige.

Puerta de madera oscura, siempre recién barnizada y sin polvo, en el Ágora
no existe la entropía, una aldaba que es un anillo en la boca de un león y
un pomo que invita, anhelante. Los ojos del león están vivos y siguen los
movimientos de este Heredia que soy yo y parpadean, las pupilas son
afiladas ranuras felinas, el iris verde como el verde verde limón, y una
placa de bronce bajo el león anuncia con estilizada caligrafía:
#Choricli_Jul.

Pájaros Azules, Ojos Verdes, patria del alma mía. Cabe la puerta, un
tarjetero con los emblemas de los presentes en la sala: Elric, Legión,
Yerma, Saviya y un tal IceCube. Mierda, Yerko se ha ido ya, ¿acaso me elude
este machito presumido y pendenciero?

Y sobre el dintel, el tema, la frase ingeniosa del día, leit-motiv, chiste
privado o invitación a la danza según los casos. Como está garabateado en
pintura acrílica, supongo que el de hoy es cosa de Elric: “En los
olivarillos, niña, te espero”, no, parece más bien de Yerma. Elric habría
puesto algo más decadente, confunde oscuridad con profundidad, todavía está
encontrándose a sí mismo, chiquitín. Todavía recuerdo que no ha mucho
estaba en la fase Tolkien y nos deleitaba con perlas como “Turin Turambar,
Turun Ambartanen” o “¡O, Elbereth, Gilthoniel”! Patético, pero lo feliz que
era cuando le preguntábamos lo que quería decir y nos lo explicaba, sacando
su espada Tormentosa y venciendo, mandoble a mandoble, al Señor Oscuro o a
Glaurung, Padre de Dragones. Qué buen programador es o qué imaginación
desbocada tengo porque juro que su mirada roja en su rostro albino parecía
entonces un abismo de batallas pasadas, de monstruos horribles, de heridas
nunca curadas.

Señores, llega Heredia, y lo primero de todo son las formalidades,
carraspeo y mi voz dice, sin que yo articule:
-Soy Heredia, el nombre es mío por derecho, certificado en la Autoridad
Central +34914135303, residente registrado de #choricli_jul número 39,
contraseña “Guardia civil caminera lo llevó codo con codo”.

Varios segundos transcurren. Congestión otra vez, junto a mi oreja un
susurro: - intento acceder, espere un momento por favor -. Tic, tac. El
pestillo se descorre, mientras una voz demasiado aflautada dice –pasa,
quillo, te estabamos esperando—
-Muereté- contesto. Me demoro en la puerta, lo justo para cambiar el tema:
“¡Opré Roma!” ¡Levantaos, gitanos! Y entro.

—Ey, Heredia, mi amor, ya desesperaba de verte —
dice un albino que está
sentado en un rincón, con los pies sobre la mesa y una copa de vino tinto
que alza a modo de saludo. La cota de malla tintinea con sus movimientos.
—Pero si es el hijo y nieto de camborios —la voz proviene de una nube
oscura, que cambia de forma constantemente. Varias bocas situadas en
distintos puntos de la nube articulan a la vez las palabras.
—¿quién es este pimpollo, nenas? —un negrito adolescente, con la proverbial
gorra de beisbol colocada al reves y michelines que asoman desvergonzados
por debajo de la camiseta, sonríe lascivamente. Ice Cube, claro.
—Manzanas levemente heridas
por finos espadines de plata —
declama Heredia, con voz monocorde.
—¿Lo qué? Jua, jua jua. ¿Pero de qué va este gil?— el beisbolero lanza una
tarta de merengue hacia el rostro de Heredia. La tarta choca con un muro
invisible a 30 cm de su objetivo y cae al suelo. Heredia parpadea,
sobresaltada: Noli me  tangere, piensa.
—shut up, asshole —susurra Elric, amenazador.
Saviya mira al vacío, su cuerpo petrificado en una sonrisa pícara. ¿Por
dónde estará vagando? Odio esta costumbre suya de estar y no estar. Bueno,
mejor dejarla.
—Que te he dicho que me hables en cristiano, rostro pálido. ¿O quieres
morir joven? Mira que IceCube es muy malo —
una recortada poco convincente
se materializa en las manos de Icecube.
—Gordito, no sabes con quién te las estás jugando. Soy Elric, Señor de
Melniboné. Me desayuno tíos como tú las mañanas que tengo resaca. Mis
espadas son Tormentosa y Enlutada. ¿Quieres probar su caricia?
—dice el
albino, poniendose de pie y echando la nívea melena al viento y la
siniestra mano al pomo de una de las espadas. Una cruz de esparadrapo toma
forma sobre la boca de IceCube, silenciando su voz. Elric sonríe.
—Manzanas levemente heridas... Canto hacia Roma, de Poeta en Nueva York,
¿no?
—dice la nube, en estéreo.
—Vaya, Legión, así que el abuelito ha hecho los deberes —sonríe Heredia,
mostrando un colmillo de oro.
—Ah, perdón, se me olvidaba que la señorita es la única que lee a Lorca. De
hecho, antes que a ella, en un arrebato de lirismo hormonal, le diera por
los gitanos de aceituna, Lorca se pudría en las estanterías de las
librerías de viejo.

—Joder, Legión, ¡qué genio tienes, hijo! Vete a hacer puñetas.
—Ja, ja, ja —la nube se hace multicolor por unos instantes y toma la forma
de un dedo universalmente obsceno. Después vuelve a su estado gris informe
habitual.
—Hola, prenda ¿cómo va todo? —susurra Yerma, que súbitamente está a mi
espalda, pañuelo negro enmarcando el rostro oval.
—¡Mira niño, como se te ocurra volver a ponerme el esparadrapo, te lo vas a
comer!
—es IceCube, gritando ahora. Escaneamos sus defensas: todo él es un
agujero de seguridad, una lista de vulnerabilidades parpadea junto a su
análogo. Aunque se ha hecho con algunas armas casi contemporáneas, puto
mercado negro, sigue siendo un aficionado de los niveles inferiores; es
como si uno de nosotros intentara vacilar con los cyborgs, bueno quizás
Elric, pero no sé, los putos cyborgs viven de esto.

Me dispongo a lanzarlo fuera pero no llego a tiempo, puff, sólo quedan
volutas de humo y  una gorra que, irónica, planea hasta el suelo, el sello
de Legión. Estará fuera de la red un buen rato y si llevaba conexión neural
tendrá una buena migraña hasta mañana. Sólo por desearlo, mis defensas se
actualizan con los datos de un nuevo item potencialmente hostil. No volverá
a entrar en #Choricli_jul, o por lo menos no desde su casa ni desde ningún
sitio en el que tenga una conexión permanente a su nombre. Pero la red es
grande,  nunca se sabe.

Es curioso: viejos ritos con plumaje cibernético. Es el desafío del status
quo por los prepúberes, con resultados casi siempre previsibles. Pero a la
postre llega un día en que el viejo rey se despoja como siempre de sus
vestiduras ceremoniales para bajar a la arena, como siempre espera el
desafío de los jovenes machos y como nunca es golpeado, magullado y
humillado y sus testículos sirven de delicatessen para el banquete nupcial
del nuevo rey y la vieja reina. Sería buen tema para un artículo, algo así
como “Paralelismos entre la iconografía estándar de la realidad virtual y
los ritos solsticiales de las sociedades prehistóricas matriarcales”.
Podría dar de sí.

—Hola, prenda, ¿cómo va todo? —dice Heredia.
—Hola, travestida.
—Mira quién fue a hablar.
—Pero lo mío es distinto. Si hay algo más pesado que los tíos en tiempo
lento, son los tíos en la red, no tengo ganas de estar sacándomelos de
encima permanentemente. Tú lo haces porque en el fondo eres un cerdo y te
gusta que te entren diciéndote guarradas.
—No, cariño, lo mío es por anonimato, ya lo sabes.
—Sí, sí, ya, ya...

Un silencio de varios segundos, las cortesías concluidas. Embarazoso.
Siempre me pasa con este viejo capullo, los recuerdos de sus besos me
producen taquicardia, incluso tanto tiempo después. Mira que lo quise.
Somos civilizados amigos que fueron amantes y no funcionó, pero lo que pudo
haber sido y no fue se alza a veces entre nosotros como gelatina
translúcida, en forma de silencios embarazosos de varios segundos. Ahora
deberíamos hablar de negocios, y no me apetece. Prefiero hablar de sexo o
compartir algún sensuo interactivo de contrabando con los viejos amigos,
perderme a mi misma, alienarme, olvidar Londres, olvidar la universidad,
olvidar el Tajo, olvidar el tiempo lento y vivir entre guitarras, olivares,
fogatas y lunas de marfil, despertar con el rocío sobre la manta, paraiso
étnico perdido...
—Verónica, tenemos que hablar de negocios. —Yerma interrumpe subítamente mi
ensoñación. Ha usado mi nombre de tiempo lento. La transgresión de la
etiqueta es demasiado brutal para no haber sido deliberada. Afortunadamente
Elric y Legión se han enfrascado en una apasionante conversación sobre el
cociente intelectual de IceCube que desemboca en si habría que aplicar la
eutanasia o no a semejantes individuos. No nos han oido, creo.
—¿Tú estás tonto o qué?
—Heredia —rectifica —hablo muy en serio. Es urgente.
—Soy toda orejas, prenda.
—Hay alguien ahí fuera que ha ofrecido un millón de euros por el manuscrito
del Romance de la Pena Oscura. Han tragado el anzuelo. Salió anteayer en la
sección de Noticias del canal de Literatura. Sotheby’s avala la puja.
—Pero cabronazo, ¡eso es genial! al final te has salido con la tuya. Has
ganado.
—Eso dijo Malachi. Te puedes imaginar la borrachera que nos cojimos a
cuenta de la estupidez del mundo. Quedamos en que ayer él iba a hablar con
Sotheby’s para pedir más pasta. Ya sabes que él es mejor que yo cubriendo
rastros...
—¿Y?
—Me pone enferma tener que adivinar, y él lo sabe de sobra.
—Esta mañana lo han encontrado muerto en su casa, Verónica, muerto de
verdad, en tiempo lento, con una almohada sobre la cara, muerto de un
balazo a quemarropa. Habían registrado toda la casa. Malachi está muerto.
Muerto, muerto. ¿Entiendes, Verónica?, muerto.


Sólo unos versos vienen entonces a la cabeza fulminada de Heredia,
repicando machaconamente:
Que muerto quedó en la calle
que con un puñal en el pecho
que no lo conocía nadie...

Abatida, toma la mano de Yerma, olvidando que no es real.

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