Casi todo el mundo ha visto Blade Runner, Desafío Total y Minority Report.
Muchos saben que las historias originales de las tres películas son de un tal Philip K. Dick.
Incluso bastantes saben que el original de Blade Runner se titulaba ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, gran título donde los haya.
Pero la cultura general sobre Philip K. Dick acaba aquí. Casi nadie lo ha leído. ¿Para qué?
Muy pocos saben que se trata de uno de los escritores más originales e influyentes de la ciencia-ficción e incluso de la literatura norteamericana del siglo XX. Que se le puede comparar sin ruborizarse con Franz Kafka, con Italo Calvino, con Kurt Vonnegut o con Jorge Luis Borges.
PKD escribió decenas de novelas -sólo una que no era de ciencia-ficción: Confesiones de un artista de mierda- originales, metafísicas, torturadas, en las que el paisaje más o menos tecnófilo y más o menos alienígena es sólo uno de los alicientes. PKD no es un escritor de personajes (apenas nombres que hablan, como los de los diálogos de Platón) ni de peripecias que te hagan pasar siempre la a siguiente página para descubrir qué ocurre a continuación, pero si es un escritor metafísico que habla de los dilemas torturados de seres humanos tristes; de angustia, de religión, de drogas, de política, de la identidad, de la salud mental y la locura.
El mayor reconococimiento que obtuvo -el premio Hugo- le vino en 1963 por El Hombre en el Castillo, distopía que hipotetizaba una América bajo el poder nazi, tras un desenlace alternativo de la Segunda Guerra Mundial. También en 1975 rozó la fama cuando ganó el John W. Campbell Memorial con Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, sobre una estrella de la tele en un estado policial.
Se casó unas cuantas veces y la mayor parte del tiempo vivió si no en la pobreza, con poco desahogo económico.
Philip K. Dick tuvo un historial de diversos problemas mentales e incluso un diagnóstico -muy discutido con posterioridad- de esquizofrenia. En 1974 tuvo una serie de alucinaciones que le marcaron profundamente y pasó el resto de su vida obsesionado con ellas y con su interpretación. Sus últimas novelas (Valis, La Invasión Divina y La Transmigración de Timothy Archer) viran claramente hacia lo teológico. Tras sus visiones, PKD dijo muchas cosas, entre ellas que además de ser PKD era Tomás, un cristiano del siglo I perseguido por los romanos... o que había sido poseído por una entidad superior benigna y trascendente... o que un satélite alienígena se comunicaba con él.
Quiero creer que mucho de lo que decía lo hacía solo porque era original, provocador o divertido, pero no estoy seguro en absoluto.
Murió en 1982, a la edad de cincuenta y cuatro años, de un ataque al corazón.
Ultimamente me he releído La Invasión Divina, en la que Jehovah, expulsado de la Tierra tras el fracaso del experimento Jesucristo, embaraza a una colona espacial y la convence a ella y a un Pepe para que vuelvan a la tierra, gobernada por los secuaces de Belial:
-Cardenal, ¿no es un hecho que en los países católicos, especialmente en los del Tercer Mundo, no existe prácticamente clase media? ¿Que la Iglesia tiende a establecerse en lugares en los que hay una elite muy rica y un grueso de población muy pobre con apenas educación y sin esperanza de prosperar? ¿Hay alguna correlación entre la Iglesia y esta deplorable situación? [...] ¿No ha impedido la Iglesia el progreso económico y social durante muchos siglos? ¿No es de hecho la Iglesia una institución reaccionaria dedicada a que medren unos pocos y a explotar a la mayoría, basada en la credulidad humana? ¿No sería esta una declaración justa, Eminencia?
...
Un hombre vino a ver al gran Rabino Hillel y le dijo
-me convertiré si me enseñas toda la Torah mientras aguanto a la pata coja.
Hillel dijo:
-lo que te sea odioso, no se lo hagas a tu vecino. Esto es la Torah; el resto son comentarios. Ve y aprendelo.
[Esta regla dorada no está donde creeéis sino en Levítico, capítulo 19, versículo 18]
...
Haznos dignos, Señor. Prestanos tu espada de poder. Danos tu silla de justicia para montar el semental de... No pudo acabar el pensamiento. Era demasiado intenso. Apresurate a nuestra ayuda, terminó, y levantó la cabeza. Una sensación de triunfo le inundó, como si -pensó- hubieramos atrapado algo que fuéramos a matar. Lo hemos cazado. Y morirá. ¡Alabado sea el Señor!
Desgraciadamente, Philip K. Dick ha muerto...
1 comentario:
Me ha encantando el artículo.
Que lo sepas.
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